La Importancia de la Homilía

Dios se hace presente en cada Eucaristía que se celebra en cualquier parte del mundo, incorporándonos a Su Cuerpo y haciendo de nosotros Su pueblo. Este don de Dios no está condicionado por la vida moral del celebrante, por lo preparada que esté la homilía o por la atención de los fieles. Sin embargo, en el mundo de hoy, cada vez son más las personas que eligen ir a una parroquia o a otra según diversos factores, entre los que destaca, por encima de los demás, la calidad de la homilía.

Por otra parte, muchos acuden de forma esporádica a Misa, no entienden o entienden poco la Liturgia, han olvidado sus primeros pasos en la Iglesia y no recuerdan el contenido ni el sentido de las oraciones que se recitan en comunidad. Para estas personas la homilía también se convierte en un momento fundamental, porque les pone en contacto con el sacerdote y, a través de él, con la Palabra de Dios.

No debemos olvidar que la homilía es, según la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II (n. 33), parte de la acción litúrgica. El Papa Francisco nos recuerda que se trata de una ocasión de retomar el diálogo que el Señor ya ha abierto, con la Lectura de la Palabra, para que esta tenga cumplimiento en la vida.

Una buena homilía no solo explica racionalmente la Palabra de Dios para hacerla accesible a los que escuchan salvando la inevitable distancia histórica que encontramos en el lenguaje, las dificultades culturales o los posibles malentendidos. Su objetivo no es “hacer teólogos” sino mover el corazón, la mente y todas las fuerzas y potencias del hombre para que se dirijan hacia el Señor.

Tampoco es infrecuente encontrar a cristianos que prefieren celebraciones eucarísticas sin homilía, y que incluso toman el coche y recorren ciertas distancias (con frecuencia más del tiempo en el que quedará reducida la Misa) para encontrarlas. Tal vez esto nos pueda parecer ocasión para corregirles pero, pensémoslo bien: ¿por qué hacen algo así? ¿No será que tienen la experiencia repetida de que el sacerdote no consigue añadir nada valioso? ¿No desearíamos que hiciesen lo mismo para escuchar a un buen sacerdote, que se esmera por amor a Cristo en preparar sus homilías? Y no, desde luego, por vanagloria personal, sino para tener ocasión de acercarles al Señor.

La homilía, tal y como leemos en Evangelii Gaudium, es una forma de acercarnos al pueblo (113) en la que “la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel, como la de María, debe quedar rebosante de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en la práctica alegre y posible del amor que se le comunicó, siente que toda palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia.”

Al acercar la Palabra a los fieles hemos de procurar que llegue como lo que es, un don de Dios que indica el camino a la salvación, a la felicidad y a la plenitud del deseo humano.

Con esta perspectiva en la cabeza no es difícil encontrar una frase, una indicación, un ejemplo, en el que apoyar toda la predicación para hacer que los corazones se enciendan y que, al atender a lo que el sacerdote está comunicando, renazca en cada uno, o en muchos, el deseo ardiente de tener a Cristo en el centro de la vida.

Estamos llamados, pues, a cuidar la homilía, a prepararla desde nuestra propia humanidad, de forma sencilla, clara y bella, dejando que la Gracia de Dios nos ilumine sin acomplejarnos por nuestras limitaciones ni alentando ninguna pretensión. Es el Señor quien hace nuevas todas las cosas. Pongamos nuestra vez, nuestra mente y nuestra alma a Su servicio por el bien de Su Iglesia.

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