El sacerdote ha de hablar bien en público. Se trata de preparar el discurso, adecuarlo a las Lecturas y a los fieles, y de utilizar todos los recursos de la comunicación verbal y no verbal. Y todo no como una manera de brillar sino de iluminar, de comunicar, de llevar la palabra de Dios de manera que llegue a la mente y al corazón de quienes nos escuchan.
En la Fundación Carmen de Noriega estamos convencidos de que aquellas personas que comunican en nombre de la Iglesia están llamadas a buscar la excelencia mejorando continuamente. La calidad en el servicio que prestamos a los demás está orientada por la caridad y camina en brazos de la Gracia, pero comunicar mal, como construir una Iglesia defectuosa por desapego o desgana, constituye un mal moral.
Por ese motivo nos hemos comprometido con la enseñanza de la Oratoria en la homilía, aplicando a la comunicación del mensaje divino todos los conocimientos que nos otorga el tiempo en el que vivimos.
En la primera entrada de esta serie hablaremos sobre cómo preparar un discurso, orientándolo especialmente a la homilía.
El primer paso de la preparación de una homilía es, como no podía ser de otra manera, leer la Palabra de Dios. El Directorio homilético nos dice, a este respecto, que debemos hacerlo con humildad, veneración y teniendo sumo cuidado en no manipularla. También señala que “el objetivo aquí no es comprender cada detalle de la Escritura, sino descubrir su mensaje principal”.
La homilía es parte de la liturgia y, por lo tanto, un acto de culto. No se trata, pues, de realizar una exégesis ni un ejercicio de erudición. Lo que deseamos es que el Espíritu Santo se sirva de nuestra persona, también de nuestro trabajo y de nuestras capacidades, para que los fieles experimenten una relación viva con la Palabra de Dios.
Comenzamos, por lo tanto, con una lectura atenta, a la luz de la Tradición viva de la Iglesia y de la Revelación en su totalidad, teniendo presentes las necesidades de quienes van a escucharnos.
A luz de la lectura y de la oración elegiremos un tema central. Como hemos dicho, no se trata de explicar todo el texto, ni de demostrar que las lecturas del día están relacionadas entre sí, sino de descubrir la mejor manera de llevar el mensaje de Dios a los fieles. Lo hacemos, además, desde nuestra persona, es decir, con nuestro estilo, inquietudes, preocupaciones, carácter, etc. Puestos al servicio del Señor, buscaremos una idea central (máximo dos) y nos centraremos en ella. La Palabra de Dios es muy rica, pero pensemos que si decimos demasiadas cosas nos enredaremos en un discurso difícil que no se comprenderá y será complicado seguir.
Por eso, más que decir muchas cosas, ya que la atención de las personas es limitada, intentaremos incidir en un aspecto de la Escritura que mueva el corazón y la razón hacia una transformación de la vida, a una mayor conciencia de la vida cristiana de cada uno o a una llamada a la acción desde una perspectiva Cristo-céntrica.
Después de elegir dicha idea, buscaremos dos o tres ideas secundarias, ejemplos o comentarios de la Escritura (del mismo texto o en relación con otros) que nos ayuden a afianzar el mensaje que hemos seleccionado como central.
El esquema de la homilía podría ser, entre otros posibles de los que iremos hablando, este:
La homilía debe ocupar un tiempo digno, pero en ningún caso se tiene que convertir en el elemento central de la celebración. Un buen criterio sería que no sobrepase en ningún caso el 20-25% del tiempo total que ocupe la Eucaristía.
Por último, y aunque lo trataremos con más detalle en otras entradas, no solo es importante la elección de la idea central, sino también de las dos o tres subideas. Tendremos en cuenta dos cosas importantes: que nos encontramos en una comunicación personal y que las palabras siempre cabalgan en emociones. Por eso no conviene que las subideas sean un mero contenido teórico o doctrinal, sino que aterricen en la experiencia personal, en la vida o que se orienten a que las emociones y la razón, en realidad toda la persona, se vea compelida por ellas y nos ayuden a entender el mensaje fundamental.